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HA NACIDO UNA ESTRELLA

  • AITOR SANZ
  • 7 nov 2018
  • 3 Min. de lectura

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Tercer remake de esta historia de ascenso y caída en el mundo de la música en la que el actor Bradley Cooper debuta como director y la cantante Lady Gaga como actriz. Película con pretensiones de premio que deja más frío de lo que se intuía en un primer momento.

Ha nacido una estrella es una nueva versión de la original del 37 del mismo título, dirigida por William A. Wellman y protagonizada por Janet Gaynor y Fredric March. Posteriormente se realizarían dos remakes, el de 1954 protagonizado por Judy Garland y James Mason y el de 1976, que contaba con Barbra Streisand y Kris Kristofferson. Esta vez el film adapta la historia a nuestros tiempos, en los que la agenda musical la marcan los Grammy y la visita a late shows, para los que se moldea a los artistas como arcilla para llegar a ser el número uno.

Por su parte, la película nos ha dejado impresiones de todos los colores: hay quien se ha rendido a sus pies y quien la despelleja sin piedad. En el epicentro de la dicotomía, la fiera de la canción y musa del pop Lady Gaga, todopoderosa diva con una gran legión de seguidores capaces de seguirla haga lo que haga. De esta manera, se puede pasar de un film sin interés a convertirse casi inmediatamente en un éxito rotundo.

La camaleónica intérprete vocal tiene como objetivo interpretar "el gusano que se transforma en mariposa". Solo que esa evolución nunca se ve: Lady Gaga es una artista de tal calibre que nunca consigue esconder su talento, o pretender que está emergiendo. Tampoco Bradley Cooper me convence de estar en el pozo. De hecho, cuando decide enfatizar la emoción cae no pocas veces en el ridículo. Aún con sus fallos, su trabajo como realizador es contenido y aceptable, mostrándose poco imaginativo en los números musicales.

Por su parte, Lady Gaga puede que con más oportunidades se consolide como una actriz respetable. Su poderosa voz hace que las no pocas canciones que pueblan la película sean los momentos más destacables de la misma. Tampoco hay que menospreciar el trabajo de Cooper en este aspecto, donde toca la guitarra y canta con probada solvencia. El actor se esfuerza más en esta faceta que la de director, ofreciendo una interpretación notable, de las mejores de su carrera. La química entre ambos funciona también a la perfección.

Steve Morrow, el editor de sonido de La La Land, ha formado parte del equipo y vaya si se nota. La banda sonora está llena de hits pero es la calidad del sonido y la paleta de emociones que transfiere al espectador lo más valioso de la película. Cuando el espectador se introduce en un concierto multitudinario, puedes sentir cómo te vibra la butaca y casi cómo debe fluir la adrenalina al artista que está a punto de lanzarse al estrellato.

Respecto a la historia, no podemos ser tan benevolentes: después de arrancar con una soltura y naturalidad muy reseñables, cae en picado, en gran parte por el elevado narcisismo de ambos protagonistas. Si bien es entretenida en su conjunto, no puede evitar caer en cierto tedio y melodrama barato, fruto de la obsesión por convertir a la película en el vehículo de lucimiento personal de la pareja en la ficción.

En resumen, y haciendo una conclusión final, decir que lo mejor es la interpretación, la complicidad entre ambos personajes y, por supuesto, la banda sonora. Por otro lado, lo que menos me ha gustado es el declive de guión a medio metraje y, también, la falta de realismo en determinadas escenas. En general, una película que no está mal. Pero, ni de lejos es lo suficientemente buena como para el boom que se le está dando; fruto por supuesto de su actriz protagonista.

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